Nuestras emociones, sus emociones

Durante mucho tiempo en la historia los animales no tuvieron la consideración de seres emocionales, hasta que la ciencia ha podido demostrar lo contrario.

En este sentido, Charles Darwin desarrolló y aportó valiosas investigaciones tanto en el aspecto genético de las emociones como en la función social de las mismas:

“(…) tanto los animales jóvenes como los viejos expresan igual sus sentimientos, que no es difícil advertir cuán sorprendente es que un perrito pequeño pueda mover la cola cuando está contento, bajar las orejas y descubrir los colmillos cuando quiere mostrarse salvaje, exactamente igual que un perro adulto; o que un gato de corta edad arquee su pequeño lomo y erice el pelo cuando se asusta o se irrita, como un gato mayor. Muchas veces, cuando dirigimos la atención hacia los gestos menos comunes en nosotros mismos, los cuales acostumbramos a ver como artificiales o convencionales -encogernos de hombros como signo de impotencia, o elevar los brazos con las manos abiertas y los dedos extendidos en señal de admiración-quizá sintamos demasiada sorpresa ante el descubrimiento de que estas manifestaciones son innatas(…)”. La expresión de las emociones en los animales y en el hombre, 1872.

Las emociones son sustancias químicas que refuerzan neurológicamente una experiencia, todo lo que sentimos, cada emoción, produce una sustancia química específica que se corresponde con esta información que circula por nuestro cuerpo y es captada por los receptores de cada célula, produciendo un cambio en ella. El cuerpo reacciona a la emoción con una gama de cambios físicos: desde un aumento de la frecuencia cardíaca y una respiración entrecortada, hasta una debilidad en las piernas, labios temblorosos o piel erizada, entre otros.

“Nuestra forma de pensar, creencias, y sentimientos no son nada menos que la actividad bioquímica en las células nerviosas de nuestro cerebro, la cual se expresa dentro de los sistemas endocrino e inmune determinando el estado de salud actual del individuo. La evidencia científica, hoy en día, demuestra que al modificar nuestros pensamientos estamos modificando nuestra biología.” Kiecolt-Glaser, McGuire&Robles, 2002; Cousins, 1989.

Nuestro organismo, al igual que el de nuestro perro, responde biológicamente a los mismos estímulos.

El doctor en biología Rupert Sheldrake lleva años investigando cómo los animales de compañía son capaces de predecir comportamientos del dueño aún cuándo éstos no estén presentes, varios estudios han demostrado que la conexión y el vínculo existentes entre el ser humano y su perro son similares al de una madre y su hijo: “Cuando perro y dueño se miran, ambos muestran un aumento de la oxitocina”, afirma el investigador japonés Sinc Takefumi Kikusui.

Entonces, ¿somos nosotros capaces de influir positiva y negativamente en el estado emocional de nuestro animal de compañía pudiendo afectar a su estado de salud?

La respuesta es SI.

Cualquier persona que haya convivido y querido a un animal de compañía podrá hablar de cómo su animal se comportaba de diferentes formas frente a distintas situaciones que nosotros experimentábamos de alegría, tristeza, miedo, rabia, etc., y eso es porque estamos conectados a ellos, mucho más de lo imaginable.

Por ello, si tu animal de compañía sufre alguna patología, algún comportamiento inusual, debes mirarte también a ti mismo y a tu ambiente emocional.

*Atención, bajo ningún concepto mi planteamiento excluye o sustituye atención veterinaria, mi propuesta es un tratamiento integral que empieza por uno mismo.


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